Cuento Breve
Por Norberto Alvarez Debans
El hombre lo veía como parte de
sus sueños, en confusión, igual que su existencia. Desgarbado, vestía con
desgarro y mendicidad. Habitante forzoso de la naturaleza del lugar. Reclinado
sobre la tierra, junto al tronco de un árbol de espesas frondas, con dificultad
evidente empinaba la botella con vino tinto, observándolos. El apacible estado
de su entorno (el Parque Lezama) se vio paulatinamente invadido de personas, haciéndolo
en paz y silencio.
Con el pintoresquismo de sus
ropas informales, llegaban desde todas las direcciones, convergiendo allí.
Traían ocultas, armas, utensilios y municiones de colores. Venían solos, en
parejas o grupos, perfumados de óleo-laca-trementina. Pelos largos, trenzas y
barbas, pareciéndose entre sí, en los alegres contrastes de sus ropas
informales.
El Parque se fue poblando de
ellos, caminaban casi danzando, los brazos extendidos y levantados, cruzando el
índice con el pulgar de ambas manos, repitiendo la mímica una y otra vez.
Buscaban encuadres donde centrar la acción, saltando de un rincón a otro.
Tomaron posiciones entre los árboles o sobre los caminos del parque. Armados de
pinceles, arremetían contra los bastidores (ubicados en caballetes
desplegables) enfrentando tras sus telas, como escudos, al Parque con decisión.
Otros sentados en el césped, con cartones sobre las piernas, manchaban con
espátulas los bocetos a la carbonilla.
Ellos contra el Parque,
librando el desafío. Pocos, alejados del frente activo –solitarios- iluminaban
el paisaje con sus acuarelas humedecidas, ¡Luz, color y fantasía!
Lentamente comenzaron a teñir
el cielo con grises o azules, la tierra con marrones y terracotas, de siena y
ocre los caminos, con infinidad de verdes las gramillas. Con su poder de
síntesis modelaban los árboles, reubicándolos entre objetos, atentos a su
propia configuración de las escenas. Las cabelleras de múltiples hojas, se
arremolinaban sobre los jarrones del sendero principal y con toques de flores
los resaltaban. Las perspectivas fueron modificadas, trabajaban afanosos con
diversos puntos de fuga y el trazo seguro multiplicaba los bancos, los árboles
y los canteros, enderezando los sinuosos caminos, mostrando detalles ocultos o
forjando las verjas lindantes a gusto.
Quienes se ceñían a la realidad
de la observación clásica, calcaron sobre sus telas las dimensiones,
yuxtaponiendo colores, creando vibraciones y texturas, atrapando el paisaje en
los espacios que trajeron vacíos.
Los pintores habían encontrado
un dominante que actuaba como ordenador, permitiéndole el encuentro y la
acción, el concurso de manchas en el Parque. Las referencias: el cielo, la
tierra, la vegetación, los caminos, las fuentes, las escaleras. La quietud, el
silencio del lugar y la figura humana. La tarde tranquila y los límites; el
Parque y la ciudad. ¿El Parque de la ciudad? ¡Los pintores de la ciudad en el
Parque! Todo se descomponía según el enfoque de los artistas.
Los trazos (ejes imaginarios y
formas contenidas) lo cruzaron todo. Lo recortaron en rectángulos, variando la
intensidad de los planos, llenándolos de matices nuevos. Volcaban entusiastas
sus tendencias a la transformación, tamizando vivencias y realidad, cambiando
la atracción y tensión de las perspectivas. Atraparon en las redes de sus telas
lo que tocaba la gracia del pincel, de la carbonilla o de las espátulas, el
paisaje y su atmósfera.
Jugaron embelesados a la
creación, como hacedores de fantasías, sobre la tangible realidad, recreando lo
creado. Por eso le crecieron alas a las estatuas, olivos de paz en las manos de
los niños, ramos de flores a las parejas, ruedas y motores a las cosas.
Convirtieron los bancos en camas abrazadas de amores. Los bebederos en fuentes
mágicas de chorros iridiscentes, bañando el lugar y a las personas
sorprendidas. Las gamas de colores varían, las texturas también son alteradas
en la ansiedad de la lucha, luz y sombras, cielo y tierra, figuras y soledad.
Color contra color, los pintores y el parque.
El borracho en medio del pasto
crecido (escondido en la penumbra) presencia en sopor, la transformación del
sitio sobre las telas. El Parque Lezama se diluye como una visión fragmentada y
blanda. Casi daliliana, quedando suspendida en caballetes y atriles, también
sobre las superficies planas apoyadas en las piernas de los pintores. Todo ha
cambiado, después de los aprehendedores del paisaje.
Los estrategas y críticos
desarrollaron el juego: puntillismo, cubismo, impresionismo, futurismo,
hiperrealismo, los istmos de la plástica en los rincones de los espacios
invadidos. Las calles que rodea el paseo, limitan el territorio. En su
interior, el accionar de los pintores desfigura la geografía. Los escalones
aparecen y desaparecen, el agua de las fuentes ha desbordado y sus impulsos
líquidos van tiñendo en su latir a los artistas, salpicando en la lucha sus
ropas, sus dedos, sus caras, con colores, pareciéndose así a los arlequines de
Picasso o a las muchachas de Cavalcanti. Los pintores penetran, paulatinamente,
en la naturaleza encerrada en el Parque (a resguardo de la ciudad) a través de
sinuosos caminos de la fantasía.
Con sus trabajos terminados,
van tomando el Parque, a través de la luz de sus percepciones. Las galerías de
arte de la ciudad los esperan.
Las visiones del borracho,
desde su lugar, producen otra imagen del conjunto, nebulosa de una irrealidad,
realidad en veladuras multicolores; realidad e irrealidad, nebulosas y
veladuras. ¿Diferencias de un sueño más? Quizás hoy, sin el matiz de sus grises
habituales, (comienzo del silencio a su alrededor), abrazado a su muñeca de
vidrio –ya vacía- abrigado de pastos y
bajo el amparo del árbol, oculta sus sueños. Antiquísima niñez, recuerdo de
verano en el campo, pájaros y colores, vida. Extraña realidad presentida en el
tiempo.
La luz se va extinguiendo
–señal propicia- los artistas guardan las armas y utensilios. Abrazados a sus
preciosos trofeos van desandando el camino. Arlequines y muchachas
multicolores, bufandas abrigadas dentro de los pelos y bajo las barbas,
sonrisas y miradas, entorno a conversaciones en común.
En retirada, se llevan
sigilosos el Parque atrapado para siempre sobre sus telas. Eufóricos con el
triunfo, olvidando ya el inquietante blanco inicial, angustia de pintores. Del
paisaje recortado y fraccionado, los más audaces o talentosos se llevan una
gran parte, los iniciados, pequeñas superficies. La naturaleza profanada por
los pintores con el arte de su razón ha sido volcada sobre sus telas y cartones
y la llevan al centro de la ciudad, para mostrarlas en galerías como un espacio
propio cargado de su vanidad creadora.
El Parque ha desaparecido,
nada queda. Cuando el testigo inicial despertó de su embriaguez, rodeado del
blanco vacío, pensó que soñaba. El hecho fue noticia el 16 de mayo de 1964.
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