Cuento breve
Por Norberto Alvarez Debans
Sé que en ti hubo sutileza en
todo lo que hiciste. Además, si hubo una primera vez, fue nuestro descuido. Así
lo supimos aquel domingo cuando regresamos de Palermo y fue notar tu ansiedad
por revisarlo todo, pero de esa manera que tuviste desde el principio. En
nosotros, te confieso, privó la sorpresa por sobre el temor de hallarte aún en
casa.
En un primer momento, nos
pareció que habías ingresado, (por aquella ventana que encontramos abierta), un
decorador de la contradicción. Ya que fue ver todo en el lugar opuesto al
elegido por nosotros, para lograr ese equilibrio de la casa y sus objetos; ese
mundo en el que encontrábamos nuestras personalidades. Apenas entre, supe que
eras una mujer. Quedó tu perfume flotando en las habitaciones y la delicadeza
de los objetos retirados de sus lugares y puestos en posiciones opuestas, pero
con cierto orden, con cierta valorización estética, como si privara en ti el
arte por sobre tu actitud de robo.
Te confieso que aquella primera
vez nos tomaste por sorpresa. Nunca nadie había entrado así en casa. La
novedad, acompañada del razonamiento posterior produjo ese temor frío que nos
invadió luego. Esa sensación que nos quedó de haber sido violados en nuestra
intimidad, en nuestros placares, en esos cajones abiertos como exponiendo
nuestra persona a tu curiosidad. Tan es así que fue correr cada uno dentro de
la casa buscando las cosas más personales, las más queridas y verificar cuál de
ellas no estaba. Y de alguna manera, si eso perseguías, hiciste con tu desorden
que sin darme cuenta entramos en una competencia doméstica tratando de
determinar con mi mujer, a quién le habían llevado más cosas, que objeto no
estaba más.
Veíamos pasar los días sin
salir de la sorpresa de haber sido robados. ¿Por qué a nosotros? A medida que
descubríamos nuevas faltantes, la vivencia de tus actos volvía a nosotros cada
vez más seguido. Imaginando una y otra vez, hasta el cansancio, la forma de tu
ingreso y los medios de los cuales te valiste para captar información. Y esa
forma silenciosa y sutil de retirarte. Es más, a pesar de los días
transcurridos, aún sentíamos tu perfume donde seguramente posaste tus manos o
tu cuerpo. En mi escritorio, cada vez que corro la cortina que cubre la
ventana, aspiro tu perfume. Pero muy a mi pesar y como todas las cosas, la
fragancia se fue diluyendo con el desabrido transcurrir del tiempo.
Y fue esa primera vez cuando
mostraste tu personalidad de mujer. Por las prendas que te llevaste, por las
alhajas que elegiste y sobre todo por la blusa y la pollera de mi mujer,
haciendo juego. La entonación que buscaste con la acertada cartera y los
zapatos, sé que fue como regalarte algo para lucirlo. Pero aun así, me agradó
saber que te llevaste aquello... y tú sabías de mi aprecio. Sabías que ese
gesto, esa delicadez de dejarme un papelito en la mesa de luz serviría para
conmoverme, para que te disculpara. Y ese último significante, "perdóname",
escrito sobre la madera fibrosa, con ese lápiz de mina gruesa, aun así, tenía
la delicadeza de tu trazo, esa gracia de mujer, ese pequeñísimo remordimiento
que sentiste al llevarte aquello. Sabías el valor que tenía para mí, lo mucho
que significaba.
La primera vez note que solo
retiraste objetos de mi mujer y aquello que tanto extraño. Luego te dedicaste a
acomodar mis cosas en otros lugares, como jugando con los volúmenes y las
formas, reubicándolos a tu manera, después sentí que con ello me habías
prevenido de tu próxima visita, casi agrupaste lo que te llevarías.
Cuando ya habíamos bajado la
guardia, cuando casi ya no se hablaba del tema, entraste otra vez. Fue mucho
más burdo. La filmadora, el proyector, las cámaras fotográficas, las máquinas
de calcular, eran valores que sobresalían por su tamaño, más que por lo que te
iban a dar. No tocaste nada más. No abriste los cajones, eso sí; hojeaste el
libro Alicia en el país de las maravillas y no sé porque lo hiciste, aún no lo sé...
Volví a encontrar otro mensaje, esta vez un papelito sobre las camisas recién
planchadas, te juro que me conmoviste al agregar mi nombre a la disculpa:
"Tuve que hacerlo, perdóname Norberto"
Le escribí: "-Leí y releí
Alicia en el país de las maravillas, y no sé, no supe por qué elegiste ese
libro, tampoco sé de dónde sacaste mi nombre. Sé que vas a intentarlo una
tercera vez, porque me lo anunciaste otra vez, y te lo agradezco. Moviste todos
los cuadros, moviste el equipo de sonido y los televisores, como anunciándome,
como explicándome que tu sola no tenías la decisión, que no era solamente tu
responsabilidad, que la tercera vez sería en otra escala, quizás los muebles.
Por esta razón te espero. Quiero comunicarme contigo, por eso te escribo esta
carta, porque es la única forma que tengo de decirte todas estas cosas, porque
no sé cómo jugar con tus objetos, tampoco podría, como lo has hecho vos con los
míos. Pero también quiero decirte que si pretendías comunicarte conmigo, lo has
logrado, con solo apreciar tu conducta, tu forma de realizar el trabajo, tu
forma de ser. Esa actitud lúdica de mover mis cosas y el gesto de dejarme esos
mensajes, por todo eso sé que me devolverás aquello, tan pequeño e
insignificante para extraños, que te llevaste y que es lo único que tengo... lo
demás es todo tuyo. Con afecto, Norberto" La doble y la dejé sobre un
mueble.
Seis meses después, un fin de
semana en que viajamos a Mar del Plata, se produjo la tercera visita a casa.
Mucho más violenta, ya que imaginando el próximo robo, mi mujer quiso asegurar
puertas y ventanas, reforzando las cerraduras. Tuvieron que forzar la puerta,
destrozándola. La casa la encontramos casi vacía. Tres o cuatro días
posteriores a este hecho, no lo sé con certeza, luego de sonar el timbre de
calle, encontramos en el buzón de la correspondencia, una bolsita de papel
madera. Tenía el perfume de aquel primer día, confieso que me sorprendió, hasta
sentí cierta alegría.
Con ansiedad por abrirlo,
casi rompo la esquelita que contenía:
"Norberto, te devuelvo
lo que querías y te ruego me perdones",.. Envuelto en una frágil servilleta
de papel estaba el pequeño objeto que tanto apreciaba y una firma: ...Alicia.
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