miércoles, 11 de mayo de 2016

NOS INTENTAMOS LIBERAR

Cuento breve:

Por Norberto Alvarez Debans

Siempre nos han hablado de la liberación. Recordando, comencé por dejarme la barba buscando autenticidad, a sabiendas que contradecía los gustos de mi mujer. Ella, en igual actitud, como una réplica, se acortó la pollera... Nos miramos de reojo. Bernardita me observa la barba y yo le miro la pollera, tan sobre las rodillas. No hay duda que nos sentimos más liberados, aunque pensándolo bien, no tanto.

Cuando cenamos fumo en la mesa, confieso que me place. Ella al verme esgrime un escarbadientes como si fuera un cigarrillo e inmediatamente se monda los dientes, a sabiendas que a mi no me gusta. Así se siente más liberada. –Bernardita me lo confesó anoche cuando se acostó desnuda. La descubrí así, de golpe. Levanté la sábana para acostarme y estaba desnuda. Largó la vieja costumbre de la tanga y el camisón. Yo me acosté con medias de lana y el traje pijama, para hacerle la contra. Además, tomé una decisión para liberarme en serio, no me acostaré más desnudo como antes. Bernarda, que de tonta no tiene nada, se dio cuenta de mi reacción. Ahora sale todas las mañanas y se para a hablar  en la calle con todos; con el carnicero, con el sodero, con el almacenero y cuentan cuentos y se ríen todo el tiempo, sobre todo cuando la observo por la ventana.Todo para hacerme la contra. 

Yo dejé de hablar con todos en el barrio. ¡Claro!, Ahora me pregunto si estoy más liberado. Confieso que me siento más encerrado que antes. Por eso abro todas las ventanas de la casa para liberarme del encierro. Al verme, ella inventó otra; entra en el baño y se encierra. Abre todas las canillas, inunda la bañera y el bidé y luego hace escapar el agua por debajo de la puerta. El líquido corre por toda la casa. Mientras chapaleo el agua tibia, que me ablanda los mocasines, le grito: -¡Estás loca Bernarda, loca, loca!
Bernarda me contesta que está liberada y agrega: -Lo que pasa con vos Miguel es que sos como tus viejos, unos pelotudos, que no sabían hacer otra cosa que cazar mariposas o vivían encerrados en sí mismo como dos ostras.

Inmediatamente me arrojo contra la puerta del baño con ganas de asesinarla, el agua sigue saliendo, y ella, desde adentro, me sigue gritando que está liberada y alega; -¡Basta de sumisión!
Entonces con toda la espuma que me produce la rabia de aguantarla, inventé otra. Le prendo todas las estufas y las hornallas de la cocina. El calor sube por toda la casa y evapora el agua del piso, entonces una nube de humedad nos hace vivir en medio de una tiniebla atroz, pareciéndonos cada vez más a dos fantasmas en una casa abandonada.

Pienso que al final, esto, aunque nos duela nos está liberando de la realidad de las cosas normales, tan grises, tan chatas, y nos va acercando a la alegría de ser diferentes: ¡Mucho más, nosotros mismos!

¿Les cuento la última de Bernardita?.. Ahora sale del baño con una manguera y entra a rociar todos los muebles y las paredes mojando cuadros y adornos, mientras se ríe a carcajadas. ¡Ah! Pero yo le inventé otra a la histérica ésta, agarro todos los trapos y las toallas que hay en la casa y a propósito, para ofuscarla, voy secando cuantas cosas ella moja. Hoy se paró frente a mí y me llenó los ojos de agua con la manguera, sacando la lengua con movimientos hacia adentro y hacia fuera de la boca, como una lagartija. Les confieso que como un poseído comencé a quemar todos los trapos, incluyendo las toallas húmedas y las cortinas. Las iba arrojando sobre la llama de la cocina y en medio del fuego y el humo que se levantaba, tosía estrepitosamente, mirando a Bernarda con cara de loco.

En ese momento, a través de las ventanas abiertas, escuchamos el ulular de unas sirenas, entonces fue nuestra alegría. Inmediatamente nos abrazamos nombrándonos; -¡Bernardita!..., ¡Miguelito! Comprendiendo que la ansiada liberación, por fin, llegaba a nuestra casa.


martes, 10 de mayo de 2016

INFLUENCIAS DE UN TÍO ADEPTO.

Cuento breve:

Por Norberto Álvarez Debans

Me van a preguntar, ¿adepto a qué?, seguro. El Tío es adepto a la vida. Lo dice siempre; -"Amo la vida". Por eso casi no duerme. Dice que el sueño es la muerte y la cama el ataúd. Ahora ha aprendido a dormir parado en el baño.

Cuando termina de cenar; ve un poco de tele, lee un rato y luego va y se arrincona en el baño. Se envuelve los pies con una toalla. Se abriga con el sobretodo y apoyando una mano sobre el perchero, dormita (no duerme), y así, sueña, en ese estado de vigilia que le da el dormir parado.

Todos en casa decimos que su amor a la vida lo está trastornando. Con decirle que casi no come. Tío explicó que comer gasta las muelas, el estómago y otras partes. Que si se come, se mata la vida.

Entonces toma agua mineral, cualquier cantidad, por eso de que el agua purifica y come frutas porque es más natural y la manzana que es la fruta de la vida y, bla, bla, bla. Nosotros le decimos que es la del pecado, se lo dice papá en realidad. Tío afirma que es la de Newton, la de la fuerza de gravedad. Y como Tío a esto de no perder la vida le asigna cierta gravedad... ¡Mira... es de creer o reventar!

Pero todo esto que les cuento, para no cansarlos, es sólo una mínima parte de lo que él hace para preservar la vida. Y lo peor del caso es que está influenciando a todos en la casa. Su adhesión a la vida ha contagiado a la Nona, que hasta hace muy poco ya se había entregado -como dice Pá- y sólo buscaba morirse. Pero tanto hizo el Tío Modestino que ahora ella tampoco quiere morirse y le ha agarrado unas ganas bárbaras de la inmortalidad.
Los otros días por dormir parada terminó en el suelo, con un brazo quebrado, y fue todo un drama llevarla de madrugada al hospital. Para colmo de males Tío Modestino, que con el maldito asunto de dormir parado necesita como media hora para despertarse de la vigilia y hacer circular la sangre, ya que según nos dice se le queda toda en los pies, pero él pregona que es mejor todavía, porque así el corazón le trabaja menos.

Ahora, ¡es el colmo!, también Tía Pilar entró en la variante de Tío Modestino y se ha empeñado en preservar la vida. Ya se hizo un seguro en la creencia que este servicio, de por sí, le evitará la muerte.

Pero por las dudas, no quiere cruzar más ninguna calle, por miedo a los accidentes. Así que desde que tomó esta decisión, sale de compras -siempre y cuando el negocio este ubicado dentro de la manzana en que vivimos. Así es como se pasa dando vueltas a la manzana, pero jamás cruza la calzada. En todo caso sigue dando vueltas a la manzana hasta encontrar una vecina y cuando la ve le pide que se cruce y le compre lo que necesita en, tal o cual, negocio de enfrente.

Mientras tanto, ella sigue dando vueltas a la manzana, una y otra vez, porque así se ha acostumbrado. Y desde que contrajera esta manía, cuando la llaman a Tía Pilar, para que le alcance esto o aquello a algún miembro de la familia, (sobretodo Má), lo primero que hace es dar una vuelta sobre si misma. Seguramente en la creencia que está dando vueltas a la manzana. Así que la pobre Tía tiene una suerte de tic nervioso, ¡pero gigante!, que como cuenta Má; consiste en estar dando vueltas sobre si misma, cada vez que alguien le habla. Con decirles que el quiosquero de enfrente que la tiene bien junada la bautizó; "la calesita".

Tío Modestino es el culpable, el metió la cizaña en la casa, con esto de su adhesión a la vida.

Resulta que ahora Pá, ya no quiere afeitarse más. Por eso de que se puede cortar con la navaja y desangrarse. Así que se ha dejado crecer la barba y con la mishiadura que hay en la casa, con tanta locura junta por preservar la vida, el pobre viejo anda con una pinta de harapos que mata.

Para completar la desgracia que trajo Tío Modestino, Má ya no se quiere levantar de la cama, porque para ella, a pesar de lo que dice Tío, ve de lo más seguro estar en la cama para preservar la vida. Así que se la pasa acostada y meta dar órdenes de cómo hacer la limpieza, de cómo cocinar, de cómo como y como comemos.

¡Al carajo con todo esto! Les juro que a Tío Modestino le daría una patada en el culo, para que si se le pase la locura que tiene... pero pensándolo bien, descalzo no puedo, ¿sabes? Me ha agarrado un miedo bárbaro a ponerme los zapatos, por temor a que se me rompan los dedos ahí adentro. Y ahí sí que voy a terminar mi vida sin poder caminar, postrado o andando en una horrible silla de ruedas.




Copyright Norberto Álvarez Debans reservado todos los derechos

domingo, 8 de mayo de 2016

DOCTOR, SALVE A TOMITO

Cuento breve:

Por Norberto Alvarez Debans

Cuando Laureano murió, la casa cayó en esa consternación propia del silencio y las ventanas cerradas. La mujer y la hija se refugiaron en el llanto, como un escape, como queriendo mantener la vida encauzada en el dolor y el respeto que merecía el difunto.

Y en medio de ese silencio rebuscado, resaltaba más aún la ausencia del querido padre y el buen marido. Se acabaron ya los gritos y las protestas por el bife duro, por las camisas mal planchadas, los habituales comentarios sobre los precios altos o el análisis repetido del presupuesto familiar. Pero como una decantación del respeto, se olvidó lo que disgustaba y quedó en el aire de la casa el firme deseo de no nombrar al muerto, para no recordarlo, como queriendo no ocasionarse dolor –ni la madre a la hija, ni ésta a aquella. Y con esa conducta pasaron los días y vinieron las visitas trayendo el recato y la piadosa actitud de la solidaridad. Pero no sé cuál de las dos empezó con eso de:
-¿Viste Tomito? El ya no está más. Y Tomito con esos ojos de inocencia, gemía con un gesto de comprensión.

No faltaba oportunidad para hablarle a Tomito, cuando tenían que decirse algo relacionado con el difunto. Sin saber porqué, lo fueron usando como un puente, como un medio para volver a hablarse.

-Ya no está más Laureano, Tomito.
-Laureano a esta hora venía con el diario bajo el brazo y el hambre de la calle. –Decía la madre.
-Sí Tomito –contestaba la hija- él siempre venía con hambre.
Esa suerte de conversaciones, poco a poco fue recordando sus costumbres, sus manías y rezongas, y las cotidianas actitudes.

Pero siempre era así: la madre cuando tenía que decirle algo a la hija hablaba dirigiéndose a Tomito, y a su vez, la hija le contestaba también dirigiéndose a Tomito. La nueva relación entre madre e hija se fue haciendo hábito. Cada vez lograban una mejor comunicación entre ellas, pero con el tercero de por medio, que solo gemía de vez en cuando. Era como si Tomito se dejase usar posibilitando la permeabilidad de los mensajes.
Una vez, (tampoco sé bien cuál de las dos empezó), comenzaron  a pedir a Tomito que llevara la toalla a Laureano que se iba a bañar. Y alcanzándosela a Tomito, este la llevaba entre los colmillos arrastrándola sobre el piso y la depositaba, como antes, en la puerta del baño, profiriendo un corto ladrido. Entonces se producían diálogos así, o parecidos:
-Trae las zapatillas a Laureano, Tomito. Y allá iba el perro con su cachaza a buscarlas.


El pobre Tomito estaba muy viejo. Así fue como un día, quizás cansado de la complicidad de representar para las mujeres esa pantomima de la existencia de Laureano, terminó por enfermarse del todo. Al advertirlo, las mujeres se desesperaron...
Tomito era el único lazo de unión entre ellas y Laureano. Solamente Tomito había conocido a Laureano tanto como ellas. El muerto lo había traído a la casa cuando era sólo una bolita de pelos y le había enseñado todo lo que ahora tenía que representar. La vejez y los achaques fueron encerrando a Tomito en una actitud de haraganería y mal humor que terminaron por hacerlo renegar de la mentira de alcanzar cosas para un amo inexistente.

Las mujeres no querían que muriera el médium entre ellas y el difunto, pidieron al veterinario que le salvara la vida. Pero Tomito murió aquella mañana, y el doctor se lo llevó. 
A la semana, Tomito regresó a la casa. Si bien presentaba cierta rigidez, fue ubicado sobre el hogar. Desde allí, volvió a ser el médium para que hablaran entre sí las mujeres, comunicándose a su vez con el difunto.

-Tomito, ¿viste que película dan hoy por el trece?  La reina Africana, la que le gustaba a Laureano... ¿Julia la querrá ver?
-Tomito, decile a mamá que yo quiero ver El Show de Benny Hill