Cuento
breve:
Por
Norberto Álvarez Debans
Me van a preguntar, ¿adepto a
qué?, seguro. El Tío es adepto a la vida. Lo dice siempre; -"Amo la
vida". Por eso casi no duerme. Dice que el sueño es la muerte y la cama el
ataúd. Ahora ha aprendido a dormir parado en el baño.
Cuando termina de cenar; ve un
poco de tele, lee un rato y luego va y se arrincona en el baño. Se envuelve los
pies con una toalla. Se abriga con el sobretodo y apoyando una mano sobre el
perchero, dormita (no duerme), y así, sueña, en ese estado de vigilia que le da
el dormir parado.
Todos en casa decimos que su
amor a la vida lo está trastornando. Con decirle que casi no come. Tío explicó
que comer gasta las muelas, el estómago y otras partes. Que si se come, se mata
la vida.
Entonces toma agua mineral,
cualquier cantidad, por eso de que el agua purifica y come frutas porque es más
natural y la manzana que es la fruta de la vida y, bla, bla, bla. Nosotros le
decimos que es la del pecado, se lo dice papá en realidad. Tío afirma que es la
de Newton, la de la fuerza de gravedad. Y como Tío a esto de no perder la vida
le asigna cierta gravedad... ¡Mira... es de creer o reventar!
Pero todo esto que les cuento,
para no cansarlos, es sólo una mínima parte de lo que él hace para preservar la
vida. Y lo peor del caso es que está influenciando a todos en la casa. Su
adhesión a la vida ha contagiado a la Nona, que hasta hace muy poco ya se había
entregado -como dice Pá- y sólo buscaba morirse. Pero tanto hizo el Tío Modestino
que ahora ella tampoco quiere morirse y le ha agarrado unas ganas bárbaras de
la inmortalidad.
Los otros días por dormir
parada terminó en el suelo, con un brazo quebrado, y fue todo un drama llevarla
de madrugada al hospital. Para colmo de males Tío Modestino, que con el maldito
asunto de dormir parado necesita como media hora para despertarse de la vigilia
y hacer circular la sangre, ya que según nos dice se le queda toda en los pies,
pero él pregona que es mejor todavía, porque así el corazón le trabaja menos.
Ahora, ¡es el colmo!, también
Tía Pilar entró en la variante de Tío Modestino y se ha empeñado en preservar
la vida. Ya se hizo un seguro en la creencia que este servicio, de por sí, le
evitará la muerte.
Pero por las dudas, no quiere
cruzar más ninguna calle, por miedo a los accidentes. Así que desde que tomó
esta decisión, sale de compras -siempre y cuando el negocio este ubicado dentro
de la manzana en que vivimos. Así es como se pasa dando vueltas a la manzana,
pero jamás cruza la calzada. En todo caso sigue dando vueltas a la manzana
hasta encontrar una vecina y cuando la ve le pide que se cruce y le compre lo
que necesita en, tal o cual, negocio de enfrente.
Mientras tanto, ella sigue
dando vueltas a la manzana, una y otra vez, porque así se ha acostumbrado. Y
desde que contrajera esta manía, cuando la llaman a Tía Pilar, para que le
alcance esto o aquello a algún miembro de la familia, (sobretodo Má), lo
primero que hace es dar una vuelta sobre si misma. Seguramente en la creencia
que está dando vueltas a la manzana. Así que la pobre Tía tiene una suerte de
tic nervioso, ¡pero gigante!, que como cuenta Má; consiste en estar dando
vueltas sobre si misma, cada vez que alguien le habla. Con decirles que el
quiosquero de enfrente que la tiene bien junada la bautizó; "la
calesita".
Tío Modestino es el culpable,
el metió la cizaña en la casa, con esto de su adhesión a la vida.
Resulta que ahora Pá, ya no
quiere afeitarse más. Por eso de que se puede cortar con la navaja y
desangrarse. Así que se ha dejado crecer la barba y con la mishiadura que hay
en la casa, con tanta locura junta por preservar la vida, el pobre viejo anda
con una pinta de harapos que mata.
Para completar la desgracia que
trajo Tío Modestino, Má ya no se quiere levantar de la cama, porque para ella,
a pesar de lo que dice Tío, ve de lo más seguro estar en la cama para preservar
la vida. Así que se la pasa acostada y meta dar órdenes de cómo hacer la
limpieza, de cómo cocinar, de cómo como y como comemos.
¡Al carajo con todo esto! Les
juro que a Tío Modestino le daría una patada en el culo, para que si se le pase
la locura que tiene... pero pensándolo bien, descalzo no puedo, ¿sabes? Me ha
agarrado un miedo bárbaro a ponerme los zapatos, por temor a que se me rompan
los dedos ahí adentro. Y ahí sí que voy a terminar mi vida sin poder caminar,
postrado o andando en una horrible silla de ruedas.
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Norberto Álvarez Debans reservado todos los derechos
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