jueves, 28 de julio de 2016

VOS TE ANIMASTE, YO NO...

Cuento breve

Por Norberto Alvarez Debans

Entonces fue de repente que me encontré meditando en esa forma que habías tenido de pararte frente a los problemas y pensarlos y repensarlos, en una interminable secuencia de dudas, sin solución aparente. Pero sé que fue por nuestra conversación previa -por ese comienzo- por el día, por la lluvia, por ese desenlace. Todo se unió para tramar el destino. Después fue mi carrera bajo el agua, y el refugio que busqué en el bar, (en el que nos habíamos citado tantas veces, con tantas esperanzas), por eso fue que no resistí el impulso de entrar.

"Desde la mesa, en que muchas veces se habían ubicado, Tomás imaginaba lo que habría sido la espera, mirando hacia la calle, ansiando ver la figura de Adela con su sacón rojo, chorreando agua y sosteniendo el paraguas olvidado"

Pero en ese lugar de la peatonal, que veía desde aquí, en ese lugar que deberías ocupar con tu llegada, se ubicaba ese artificioso plantero, iluminado con una luz anaranjada, que mezclaba la idea del sol con la realidad de la lluvia. El agua caprichosa, rebotaba en la lámpara que inútil proponía la luz del día. Y esas gotas, en una danza de saltos me mostraban tu ausencia, porque deseaba verte aparecer tras la puerta de vidrio, tapando esa solitaria imagen callejera. Pero el agua, siempre el agua,.. inevitable caía, caía, caía, como en esas visiones últimas, regresándome a ese punto fijo.


"Si Adela hubiese entrado en el bar de las citas, a explicarle un montón de cosas a Tomás, seguro que pediría como siempre que privaran sus pensamientos, en esa forma de ver las cosas tan particular que tenía, siempre contraría al sentido de las reflexiones de Tomás, siempre en contra de la realidad que él veía. Por eso seguramente, Adela hubiese entrado sin una solución conciliadora."

Entonces hubiésemos llegado a un punto de la conversación en que no sabríamos si aprobar los conceptos tuyos o los míos. Porque hubiésemos caído en esa gestación de las ideas, lindando con la filosofía, la elaboración de los ideales del prototipo social, y lo humano. Y nosotros y nuestros comportamientos y la suprema conducta de la moral y la explicación de lo universal, que tanto te agradaba. Y en ese momento nos hubiésemos dado cuenta que -después de horas de discusiones- volveríamos al punto de partida, a fojas cero. Al mismo lugar desde donde habíamos partido cuando decidimos la pareja y entusiasmados nos proponíamos proyectos, pensando que no habría obstáculos, y si los hubiere, los destruiríamos armados de nuestra capacidad de entendimiento, por nuestra forma de razonar, que nos hubiese llevado a un triunfo por sobre las habladurías...
-¿Qué dice?, ah, sí; ¡Un café mozo!

"Llovía tanto...Tomás sabía que no vendría Adela. Sin embargo tenía ganas de verla otra vez. Deseaba hablarle, no era posible que volviera a cuestionarle las bases de una relación lograda a partir de saber lo diferente que eran, pero aún así, ya casi habían encontrado el camino hacia el entendimiento, buscando el triunfo a pesar de declarado fracaso, que tanto les habían profetizado las amistades."

Por eso antes de comenzar la discusión hubiera sido necesario que te alertara, para que no iniciaras esas horas en que el tiempo se te deslizaba en una mezcla vana de palabras, en las cuales cada uno de nosotros buscaba la brillantez del diálogo, la elocuencia, los significados y los conceptos profundos. Agregando gestos y códigos emotivos acostumbrados, vertidos en una competencia por lograr el triunfo de su inteligencia avasallando al otro, demostrando su habilidad personal, cuando en realidad nos dábamos cuenta después, que a pesar de todo lo que decíamos seguiríamos vos y yo, mezclando lágrimas. Pero de esa forma, parados frente a los problemas sin resolverlos, buscando ayuda entre los amigos, olvidándonos así de las críticas. Vos que consultabas a tus amigas, y yo, que si hubiese planteado los míos a mis conocidos me hubieran dicho la de siempre:
-Buscate otra mina Tomás. No jodas más con esa, pasale poca bola, che, larga...

"Tomás imaginaba esa espera, como le había ocurrido otras veces, como si hubiese querido convencerse que Adela iba a venir. Deseaba verla en su mesa, porque llovía, por su soledad irreparable. Porque ya no le importaba que se parara frente a los problemas, en esa forma tan particular de verlos sin resolverlos y luego ese enojo tan de Adela, castigándolo con el silencio, que ahora se le antojaba interminable".

Si hubieses vuelto, se que anudarías palabras unas a unas, se sucederían gestos y llantos, tras los cuales te escudarías, elaborando una interminable discusión, tras la cual te ubicarías en la cima. Para guiar desde allí la agonía de vivir nuestros propios disgustos, dentro de un destino que hoy lo quiso así. Pero sé que quedó tu paraguas tambaleándose sobre el muelle, rehusando caer...como yo. En una última imagen te hundías en ese mar embravecido... con tu sacón rojo, bajo una cortina de agua, que antes de decidirnos nos había bañado a los dos, pero vos te animaste, yo no...

-Mozo;.. ¿Qué le debo?

Copyright Norberto Alvarez Debans

domingo, 10 de julio de 2016

LA PEQUEÑEZ DE LO VIVIENTE

Cuento breve:

Por Norberto Álvarez Debans

En todo lo que hicimos hubo un juego, oculto pero un juego al fin. Lo razono ahora, después de pasar tantas dificultades a causa de ellas y, precisamente, en este momento en que dudo si acostarme o no.

Me daba cuenta de que me habían atemorizado a pesar de su pequeñez. Y todo comenzó cuando iba a buscar la azucarera por las mañanas. Lo hacía nervioso, en guardia, temiendo volver verlas.

Destapaba el recipiente e inevitablemente las encontraba ahí. Con su presencia inquieta, oscurecían el contenido. Esa multiplicidad de hormigas componía un manto que cubría el azúcar. No siempre se presentaban así. A veces, habilidosas, se entremezclaban con los finos granitos y después de una suerte de ocultamientos y apariciones repetidas, surgían poderosas como un tanque lustroso, portando un minúsculo terroncito entre sus pinzas.

Pero era ese brillo rojizo lo que me molestaba, y el verlas moverse con tanta libertad sobre lo que era mío. Y en esa disputa por la propiedad, comencé a temerles. Después de la sorpresa desagradable de encontrarlas allí a diario, corría al baño y vaciaba con rabia el contenido en el inodoro. Luego las observaba nadar entre el azúcar, (que se hundía rápidamente), y el agua.

Ellas con sus patitas extendidas buscaban flotar torpemente en la superficie, hasta que, decidido, presionaba el botón del depósito y entonces veía esa cascada acompañada del ruidoso murmullo del agua levándolas. Las hormigas desaparecían en medio de un remolino que las hundía hacia las cañerías internas de la casa.

Luego, satisfecho, llevaba la azucarera a la cocina y la lavaba, secándola, repentinamente para verter otra vez en ella el azúcar. Eso sí, me deleitaba viendo caer los finos granitos que se precipitaban cubriendo el espejado fondo de acero, hasta colmar la azucarera, recordándome la arena clara de un antiguo reloj. Sólo después de esta  operación podía desayunar tranquilo, y así, todos los días.

Pero fue una de esas mañanas, cuando urdí el plan de esconder la azucarera después de desayunar. Creo que en ese hábito posterior de ocultarla, cambiándola de lugar, estaba el juego y ellas centraron allí el desafío. Yo que la ocultaba, preservando lo que era mío. Ellas, que solo buscaban apoderarse de cuanta azúcar encontraban.

Pero era seguro que algún rastro les dejaba, como una pista involuntaria, pues las hormigas invariablemente encontraban la azucarera. Quizás cuando regresaba del baño iba dejando caer los granitos de azúcar. Llegué a pensar en Hansel y Gretel y sus trocitos de pan, en una repetición involuntaria del cuento. Por eso me doy cuenta ahora, intentaba barrer afanosamente las diminutas y casi imperceptibles partículas de azúcar, que seguramente caían en el piso cuando iba o regresaba del baño. Las hormigas aparecían invictamente en la azucarera todas las mañanas.

Se plegaban al juego, pero como una recreación de la guerra, como si desde su pequeñez quisieran incitarme, mostrándose desafiantes.

Ahora tomo el desayuno sin azúcar porque no quiero seguirles más el juego, pero el café cada día me resulta más amargo e insoportable.

Días pasados, cuando regresé de las vacaciones, casi no creí lo que veía; el tarro que contenía el azúcar -con cuyo contenido llenaba la azucarera- había sido derramado, (no me pregunten cómo), pero seguramente en una acción colosal de las hormigas, aprovechando mi ausencia. El contenido casi no se distinguía, cubierto de miles de cuerpecitos rojos y brillantes. Se movían afanosas y coronaban sus cabezas con las pequeñas partículas blanquecinas, que transportaban enfilándose en largas caravanas.

Negarles el azúcar a las hormigas es imprudente, por las represalias. Ahora las he visto en el dormitorio, sacando tierra de los cimientos de la casa y creo advertir el juego; una elaborada venganza, una solapada acción donde siempre ganarán ellas.

Para colmo he soñado una caída a través de un enorme remolino de arena blanca, que me lleva en círculos, atado sobre mi cama, arrastrándome hacia un abismo que termina en un fondo de azúcar húmeda y gelatinosa, final donde me esperan millares de esos pequeños insectos que se fueron por el inodoro con sus pinzas listas para consumar la venganza. ¿Comprender ahora mi temor a acostarme?

Copyright Norberto Alvarez Debans.