martes, 8 de septiembre de 2015

EL COMPLEJO

Cuento breve

Por Norberto Álvarez Debans

Era un exceso, los piropos que oía; -Vení conmigo,.. que te hago esto o aquello. Era cosa de todos los día, y entonces ella, oídos sordos. Pero el fastidioso complejo existía, y ahí no había oídos sordos. Tampoco había talle para sus preocupaciones. Porque cuando no eran los breteles que se cortaban, era el elástico o el cierre que saltaba. Hasta tuvo que aprender a caminar más pausada, menos rítmica, porque el batidos de pecho era tal, que terminaba por romper cuantos corpiños compraba, eso siempre y cuando consiguiera una medida, aunque más no sea, aproximada.

El padre, un día, medio en broma y medio podrido de escuchar los íntimos problemas de su hija, terminó por decirle que porqué no se los hacía de cuero; -"¡Ásetelos de suela, carajo!, le dijo un día, medio exacerbado.

Lo peor es que tampoco podía aprovechar la moda del destape, para andar sin nada debajo de las blusas, porque el ritmo de los piropos aumentaba y el calibre de los mismos también. Terminó por caminar abrazada. Parecía que llevaba una bolsa entre los brazos.

Así que un día, colmada su paciencia y cansada por el dolor de brazos, tanto sostener sus pechos, terminó por ir al médico a preguntarle si se los podía reducir. El médico, rascándose la barbilla mientras la observaba, sin apuro, le dijo que el problema de ella era psicológico ya que él entendía que su defecto era en realidad un atributo. El psiquiatra le dijo que ella debía asimilar su cuerpo, porque lo de ella era propio y no prestado, así que el mejor consejo era tomar las cosas como eran.

El caso es que Prudencia, no dejó de tomar sus cosas, caminando abrazada y fue tal su costumbre que la convivencia fue un dilema. Ya no se comedía a alcanzar nada con sus manos y sus padres terminaron por acercarle todo lo necesario para que ella no ocupara sus manos y siguiera en la obsesión de cubrir sus pechos, disimulando para sí, el complejo. Suerte que la vida dura, no dura tanto...

Todo cambió cuando vino el zinglero a reparar un caño del desagüe. La vio y se enamoró, fue fulminante. Le hizo toda clase de festejos y cambió cuantos caños de zinc encontró en la casa, con tal de ir todos los días a verla. Pero si bien lograba su confianza, no podía hacerle despegar los brazos de sus pechos, aumentando su curiosidad y su paciente amor.

Un día, inspirado en el sombrerete de un caño, tuvo una idea. Casi corrió a su taller con el sombrerete en la mano y pasó toda la noche trabajando febrilmente. Cortando chapas y soldando, por aquí y por allá. No descansó un solo instante hasta ver terminada su obra. Cuando hubo finalizado, la pulió, la perfumó y la envolvió cuidadosamente, corriendo presuroso a la casa de Prudencia.

Cuando le mostró a Prudencia, el resultado de su trabajo, ella, por primera vez en meses, despegó las manos de su generoso cuerpo, y tomándolo en sus manos, lo observó con alegría e inmediatamente se probó encantada, el corpiño de lata.


Copyright Norberto Álvarez Debans. Reservado todos los derechos

2 comentarios:

  1. buen relato, Norberto, un tema por el que pasamos cuando somos adolescentes, jajajajaaaa

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  2. Son esas cosas...los ojos, el cabello, la altura, la espalda, etc., que vamos descubriendo.

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